domingo, 24 de abril de 2011

Mathilde

Cada vez que amaba un poco a alguien, la tristeza volvía a apoderarse de ella. El dolor. La terrible melancolía que la dejaba sin fuerzas. Una extraña dependencia hacía el llanto. La absurda realidad. La aburrida realidad. La nostalgia de un pasado inexistente.Y era por eso que ella intentaba e intentaba no enamorarse. Para ser feliz. Para vivir. Pero no podía. Volvía a anhelar que le sucediese como en sus sueños de niñez, en los que se deshacía y se acababa convirtiendo en aire. Que felicidad. Deshacerse sin más. Desaparecer. Dejar de ser. Convertirse en parte del vacío en vez de que el vacío la poseyese. Volver a ser aire, como algún día debió ser. Sin morir. Sin nacer. Sombras alargadas que la acechaban cada noche. Algún día se irán.
Algún día se cumplirían sus sueños.

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